Dante llegó en diciembre del 2020 a nuestras vidas tal y como llega cualquier regalo maravilloso: en una caja de cartón, pero en vez de papel celofán estaba envuelto de suciedad con aceite y pulgas que hacían de moños recorriendo todo su pequeño y frágil cuerpo. Tampoco estaba bajo un árbol sino bajo el sol abrazador de la ciudad en la orilla de una concurrida autopista.
En esas condiciones me atrevo a confesar que Dante no fue un amor a primera vista, más bien fue un mal chiste de mi novio que decidió acercarse convencido que era una fea rata saliendo de la caja, al frenar para no pisarla nos dimos cuenta que no tenía nada que ver con una.
Al verlo tan pequeño e indefenso no podíamos dejarlo solo, así que lo envolvimos en un trapo, lo metimos en mi mochila y fuimos de inmediato a una clínica veterinaria allí le brindaron primeros auxilios, líquidos para hidratarlo y un poco de medicamentos para las lesiones en la piel. Tenía menos de un mes según nos dijo la médica que lo vió.
Los primeros días en casa estuvo muy decaído y casi no se movía pero al pasar una semana fue tomando fuerza hasta ser imparable.
Dante puso nuestras vidas de cabeza, nos llenó de pelos y travesuras, nos enseñó a ver la vida diferente un poco más sencilla, más divertida gracias a él hicimos nuevos amigos.
La vida con un perro no es fácil, requiere mucho esfuerzo, dedicación y sobre todo paciencia, sin embargo, al final del día te das cuenta de que la alegría y compañía que te dan lo vale todo.
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