Después de la pérdida de nuestro primer perrito, mi mamá juró que no habría más perros en la casa. Muchos años después, comencé a decirle que quería un siberiano, pero ella siempre se negaba rotundamente. Le mencioné esto durante varios meses y le advertí que no se sorprendiera cuando llegara con uno. Y así fue, un día llegué con Sam, un cachorro travieso y necio. Con el tiempo, aunque causaba algunos estragos, especialmente a mi mamá, ella terminó aceptándolo.
Tres años después, mi hermano, que vivía aparte, consiguió a Horus, también cachorro. Debido a su trabajo, Horus pasaba mucho tiempo solo, así que decidí traerlo a casa para que hiciera compañía a Sam. Al principio, mi mamá no estaba muy contenta con la idea de tener dos perros, pero pronto vio cómo se entendían y jugaban juntos, volviéndose inseparables.
Horus fue conquistando el corazón de mi mamá poco a poco. Ahora, ella los ama a ambos, pero tiene una especial predilección por Horus. Duerme con él, lo cuida y no permite que nadie entre en su habitación. Incluso le calienta agua para bañarlo y lo tiene súper mimado y consentido.
Hoy en día, mi mamá dice que nosotros podríamos irnos de la casa, pero que Sam y Horus no se van por nada del mundo.