Kratos llegó en un momento de mi vida en el cual me encontraba súper triste, ya que hacía un mes había muerto mi perro Bloody, un bull terrier blanco igual que Kratos. La muerte de Bloody me afectó tanto que tuve que acudir a un psicólogo, quien me dijo que los perros a veces nos dejan para salvarnos de algo y que siempre dejan un regalo. Esas palabras resonaron en mi mente, y me preguntaba cuál sería ese regalo.
Ocho días después, en el parque, encontré a un muchacho con un bull terrier. Empecé a llorar y él, sorprendido, me preguntó qué me pasaba. Le conté que mi perro había muerto hacía ocho días y que su perro se parecía mucho a él. Nos despedimos y le dije que cuidara mucho a su perro.
La semana siguiente, el muchacho vino a mi casa para pedirme el favor de cuidar a su perro porque tenía que viajar por motivos de trabajo y no tenía con quién dejarlo. A pesar de las objeciones de mi mamá, acepté cuidarlo, sintiendo que podría ser un alivio mientras él estaba fuera. Sin embargo, el muchacho nunca se fue a trabajar, solo venía a visitarlo pero no se lo llevaba. Al mes, me preguntó si quería quedarme con Kratos, y sin dudarlo, acepté, pues ya estaba enamorada del perro.
Con el tiempo, conocí al que ahora es mi esposo, hermano del muchacho que me llevó a Kratos. A los pocos meses, quedé embarazada. Mucha gente me decía que debía regalar a Kratos porque creían que era peligroso para mi hijo, pero yo respondía en broma que preferiría regalar al niño antes que a Kratos. Cuando nació mi hijo, Kratos lo adoraba, lo cuidaba y siempre estaba pendiente de él. Ahora, mi hijo tiene 5 años y dice que Kratos es su hermano mayor.
Kratos es el perro más cariñoso y mimado que he conocido, y ha traído una inmensa alegría a nuestras vidas. Ahora somos una familia completa, y Kratos fue el gran regalo que Bloody me dejó.