Pepito nos salvó, literalmente. Cambió mi vida y la de mi familia (mis padres y mi hermano). En mis 30 años, nunca había tenido una mascota, y mi familia tampoco. Mi Pepi llegó en un momento difícil para mí, cuando la ansiedad y la depresión me hundían cada día más. Como un regalo de Dios y de personas muy especiales, apareció en mi vida esta bolita de pelo muy audaz, que ahora comanda una manada de humanos muy particular.
Aunque al principio estaba casi segura de que no lo aceptarían, hoy en día no solo es mi felicidad, sino también la de todo un hogar. Mis noches nunca volvieron a ser iguales; pasé de tener noches largas, abrumantes y en vela, a noches donde mi valiente bebé cuida mis sueños, me defiende de los demonios del pensamiento y los fantasmas de la ansiedad.
Mi querido Pepi es muy particular; tiene un gran carácter, es el talón de Aquiles de mi mamá y explota toda la ternura de mi papá y mi hermano. En estos dos años, Pepi me ha enseñado tanto que a veces solo me queda mirarlo y pedirle a Dios que esté conmigo por muchos años más.
Es un poco gruñón, no le gusta la ropa ni los collares, y tiene una fascinación por el buñuelo (como su abuela). Entiende perfectamente varios comandos, aparte de saber quién es su mamá, sus abuelos y su tío. Desde que llegó a mi vida, no encuentro mis medias, pero la verdad no me importa. Solo espero que mi Pepito sea un perrito feliz mientras esté a mi lado, porque él no se imagina lo feliz que yo soy a su lado.