Desde que recuerdo en la familia siempre hemos tenido la fortuna de tener peluditos, pero fue hasta 2013 cuando tuve la oportunidad de tener uno propio, lo había anhelado por muchos años. Cuando conocí a Julieta, una labrador chocolate que vivía en el barrio, su dueña me comento que no quería que tuviera crías, pero por cosas de la vida nacieron 6, cinco hembras negras y doradas y un macho del color de su madre, recuerdo perfectamente ese día, mi hermano me llamó y me dijo: ¿recuerdas el perro de color chocolate?. Lo están dando en adopción, hay que ir a recogerlo hoy mismo. Salí corriendo de la universidad, al llegar y verlo fue amor a primera vista, en ese momento tenía 5 meses y después de muchas propuestas y cambios de opinión decidimos llamarlo Bruno.
Los meses siguientes fueron tremendos, se hacia popo y orines por toda la casa, cualquier cable, zapato, maleta, o elemento mal parqueado era completamente destruido o averiado por colmillos muy filosos pidiendo diversión, en fin, tener un cachorro te enseña muchísimo y es una experiencia que te cambia la vida. Verlo crecer, compartir tiempo en el parque, querer llevarlo a todas partes contigo, visitas al veterinario, viajes, aventuras, peleas con otros peludos, noches al borde de la cama y buenos días llenos de besos, hacen parte de esta hermosa experiencia que es tener un amigo de 4 patas que llegó a mi vida con el lindo propósito de acompañarme y demostrarme todo el amor que puedes transmitir sin siquiera decir una palabra.
Bruno ha sido eso y más, en la pandemia no hubo un solo día que estuviéramos encerrados gracias a él, su nobleza al aceptar la llegada de nuevos peluditos a nuestro hogar lo hizo más fácil, primero llegó ramón después Marley, Pandora, Dunita y Maya (3 perros. 3 gatas), todos han sido recibidos con cariño y amor
Su felicidad al vernos volver a casa así nos hayamos ido 5 minutos o al meterse de lleno en cada charco que encuentra en el parque son momentos que nos llenan de alegría los días a mi familia y a mi.
Hoy bruno vive con mi mamá en la casa donde creció con sus hermanitos perrunos y gatunos, disfrutando cada día, y detrás de ella todo el tiempo. Yo cada que puedo viajo a Bogotá a visitarlo y disfrutar de sus besos, su compañía y su cabecita recostada al dormir en la noche en mi regazo. Sensaciones que me llenan la vida de amor perruno todo los días. Gracias a bruno he aprendido a disfrutar de las cosas simples y sencillas de la vida.
Conoce otras historias de doglovers y cómo estos han nutrido su vida de amor. Clic aquí