Desde que tengo memoria, siempre me han gustado los perros. Los gatos siempre me parecieron lindos, pero nunca imaginé tener tantos. Todo comenzó con un gato que adoptamos; su pelaje se parecía al de un leopardo, por lo que lo llamamos Gepardes. Al año, apareció una gata blanca y, tras investigar, descubrimos que su dueña había fallecido y nadie la quería. Decidimos adoptarla y, aunque nos dijeron que estaba esterilizada, dos años después resultó estar preñada.
Esa gata tuvo seis crías, y desde el primer momento, nuestro perro mayor, Kody, se convirtió en su protector. Lo encontramos lamiendo y dando calor a los gatitos recién nacidos, cuidándolos como si fueran suyos. A pesar de nuestros intentos por encontrarles hogar, mi mamá se negó, diciendo que eran parte de la familia.
Con el tiempo, la única gata hembra de esa camada también quedó preñada antes de que pudiéramos esterilizarla, y así, nuestra familia gatuna creció a 12. Algunos gatos se fueron, encontrados por vecinos que decidieron quedarse con ellos. Cuando nos mudamos, Gepardes seguía regresando a la antigua casa, hasta que los nuevos inquilinos y la señora de la tienda cercana nos pidieron que lo dejáramos con ellos.
Desafortunadamente, en nuestra nueva casa, algunos de nuestros gatos fueron envenenados. Perdimos a tres, pero dos sobrevivieron. Lucas, uno de los envenenados, no tuvo la misma suerte. Hoy en día, tengo cuatro perros y dos gatos que me llenan de alegría y amor.
Cada uno de mis animales tiene una historia y un lugar especial en mi corazón. Mi hogar está lleno de vida y amor gracias a ellos. A pesar de los desafíos y las pérdidas, cada día con mis mascotas es un recordatorio del amor incondicional y la felicidad que traen a nuestras vidas.